El Mesías como Modelo Pastoral:
Reflexiones sobre el Salmo 23
Daniel Montero
Bustabad
Todos
somos pastores, pues formamos parte del sacerdocio universal, del pueblo santo,
de la nación adquirida por Dios con la finalidad de gozar de comunión con Él y
para bendición de toda la humanidad.
En
el Mesías nacemos, nos movemos y somos. Lo que sucede al Mesías nos acontece a
todos. Por ello dijo Jesús que quienes vamos a seguirle, hemos de negarnos a
nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir Sus pasos. Por ello un Salmo Mesiánico,
como lo es el 23, constituye un llamado para seguir como laicos de la Iglesia,
y también para los ministros ordenados: obispos, presbíteros y diáconos.
Como
en muchos otros textos mesiánicos de la Biblia, el Salmo 23 admite un primer
grado de interpretación, ligado a su contexto inmediato, así como un segundo
nivel de interpretación, que liga el primer grado con un componente mesiánico.
En
el primer grado de interpretación encontramos en el Salmo 23 un texto que de
forma poética relata cómo el Señor es nuestro pastor. El pastor del Salmo 23
cumple una función paternal-maternal, pues las labores que dicho Salmo atribuye
al pastor, corresponden a una figura maternal-paternal. En este sentido,
destacamos lo siguiente: 1) El Señor nos provee de todo. Por ello dice “nada me
faltará”. Además afirma que, así como el pastor lleva a la oveja a pastar y a
abrevar en seguridad, del mismo modo el Señor vela por nuestras necesidades,
las cuales son satisfechas en paz. 2) El Señor nos conforta en lo más íntimo de
la existencia, llena nuestro vacío existencial, nos consuela. De allí los términos
“confortará mi vida”. 3) El Eterno guía nuestras personas, llevándonos a rectificar
cuando cometemos pecado. Así como el “cayado” es curvo para que el pastor mueva a la oveja cuando se ha introducido en
un lugar indebido, del mismo modo el Señor nos constriñe o nos hace sentir mal
cuando pecamos, para que corrijamos. Además nos defiende de los enemigos, del
mismo modo que el pastor, con su vara, protege a las ovejas de las fieras. La
vara NO es para golpear o maltratar a las ovejas, sino para golpear a las fieras.
Nuestro Pastor nos guía y resguarda. 4) Cuando pasamos por el “valle de sombra
de muerte”, “por el más oscuro de los valles”, es decir, por las profundas
dificultades del devenir vital, el Señor nos da la paz de su confianza y
protección, del mismo modo que el pastor infunde confianza a las ovejas. 5)
Finalmente, “aderezar mesa” frente a los enemigos, “ungir” con aceite, llenar
la copa, son símbolos del triunfo que el Señor, en su segunda venida, nos dará
frente al enemigo, y del reino eterno del cual gozaremos.
De
lo anterior se sigue que podemos confiar en el Señor, pues Él todo lo provee,
guía nuestras vidas, conforta o consuela en lo profundo de la existencia, nos
mueve cuando nos desviamos de la ética que él desea, aleja al enemigo, nos
cubre en el hueco de su mano en los momentos de oscuridad y, al final de los
tiempos, nos llevará a su reinado sin fin.
El
segundo grado de interpretación parte del anterior, y lo profundiza. Considera
que el Salmo 23 no constituye únicamente un texto poético, sino profecía mesiánica.
Consideremos lo que sigue: 1) Interpretemos un poco literalmente la expresión “valle
de sombra de muerte”. Si se trata de la muerte, nos encontramos ante un algo
que trasciende la comparación de un simple pastor. Se trata de algo más. Dónde
encontramos que un personaje relacionado con David muera? La respuesta se
encuentra en Isaías 52-53, el Canto del Siervo Sufriente, donde Jesús encontró
una clara profecía de su labor de expiación por el pecado del mundo. Volviendo
al Salmo 23, vemos que, de seguido de la mención de la muerte, nos encontramos
con la acción de ungir. ¿A quién se unge? Mashiaj en hebreo, Mesías en
castellano, significa “el ungido”. La copa resulta significativa del seder de
Pascua, pues una de las copas que se beben en Pascua es la copa de la liberación
mesiánica. Aderezar mesa ante los enemigos parece una alusión directa al
triunfo sobre el adversario y resultan significativas las últimas palabras “por
largos días”, el reino eterno, que es el tiempo mesiánico.
De
este modo la segunda parte del Salmo nos invita a efectuar una relectura mesiánica
de la totalidad del mismo. Dios es el Pastor del Mesías, quien le provee, le guía,
le conforta, lo acompaña, lo revive, le da el triunfo sobre el adversario, lo
eleva y lo lleva a reinar como rey-sacerdote por la eternidad. Si el Padre hace
esto por el Hijo, es lógico suponer que Jesús lo interpretara no solo como la
forma en la cual lo confortaría el Padre, sino como el llamado a que Jesús haga
así con aquellos a los cuales Jesús pastorea. Se aplica el conocido principio “así
en la tierra como en el cielo”. Por ello el Jesús del Evangelio de Juan se
definió a sí mismo como el buen pastor, que da su vida por las ovejas, que se
diferencia de todos los malos asalariados y salteadores que eran los líderes
religiosos de su tiempo. Resulta claro que este Jesús interpretó en clave mesiánica
el Salmo 23.
¿Cómo
aplicamos lo anterior a nuestras vidas? Dios, a través de Jesús, es para
nosotros el Buen Pastor. Podemos confiar en el amable cuidado del Señor. Él
todo lo provee, guía nuestras vidas, conforta o consuela en lo profundo de la
existencia, nos mueve cuando nos desviamos de la ética que él desea, aleja al
enemigo, nos cubre en el hueco de su mano en los momentos de oscuridad y, al
final de los tiempos, nos llevará a su reinado sin fin. Además, Jesús cumplió
su labor de Buen Pastor amándonos, enseñándonos, guiándonos, dando Su vida en
expiación por nuestro pecado, resucitando y nos llevará a la eternidad en
gloria. Pero Jesús también hoy, a través del Espíritu Santo, nos ama, enseña,
guía y dará el triunfo en su segunda venida.
Ahora
bien, como laicos en la Iglesia, y como ministros ordenados, este texto nos
llama a ser pastores, tanto para las personas de la Iglesia, como también para
los no convertidos. Este Ministerio Pastoral basado en el ejemplo de Jesús como
Buen Pastor nos lleva a velar por una Iglesia que: 1) Lleve a las personas al
Agua Viva (Jesús), al encuentro personal con Cristo, y a desarrollar esa relación
íntima con Cristo en lo individual de cada persona, y como Iglesia. 2) Conduzca
a las personas a los verdes pastos que son la Biblia, el alimento que Dios nos
da. Las personas pierden el norte. Debemos explicar el contenido de la Biblia y
empoderar a las personas para que, como esclavos de Cristo, leamos periódicamente
la Biblia y nos alimentemos. 4) Encaminar a las personas para que hallen “su
paz en Cristo”, en Jesús que conforta nuestras vidas (“alma”), llena el vacío
existencial y provee lo que más necesitamos en nuestro yo profundo, íntimo. 5)
Guiar a las personas, llamándoles al cambio cuando se equivoquen o pequen, de
una manera adecuada, constructiva no destructiva, siempre dando el énfasis, no
en el pecado convertido, sino al cambio al cual toda persona es llamada. 6)
Motivar a las personas a profundizar en el servicio cristiano en su vida,
profesión, hogar (familias cristianas ecológicas), tiempo libre, etc. 7)
Defender a las personas frente a los errores que propaga la sociedad (o
cristianos) que son veneno. 8) Acompañar a las personas en sus momentos de
dolor. Los amigos de Job hicieron bien cuando lo acompañaron, estando junto a él
en silencio por varios días. El problema fue cuando abrieron la boca. Por ello
la primer norma de nuestro acompañamiento debe ser transmitir presencia,
cariño, amor incondicional, y “hablar solo cuando sea necesario”, y cuando
sepamos que nuestras palabras están guiadas por el Espíritu Santo y no por
nuestras ideas. 9) Motivar a las personas a comportarse rectamente, amando de
forma práctica al prójimo, tanto dentro como fuera de la Iglesia, evangelizando
con el ejemplo, transformando el mundo para bien de un modo radical, tomando
como modelo el reino de Dios con la segunda venida de Cristo.
El
laicado, como el ministerio ordenado, debe reflejar a Jesús como el Buen
Pastor. Seamos fieles al llamado.
Daniel Montero
Bustabad