El Mensaje del Monoteísmo para el Mundo Actual
(Breve introducción a la unidad de D-os en el Pentateuco)
Daniel
Montero Bustabad
I. Introducción
El
monoteísmo forma parte esencial de nuestra forma de entender la vida, de amar a
D-os y de servir a los demás. A lo largo de la historia, numerosos miembros del
pueblo del Señor han dado sus vidas en martirio, pronunciando como última
palabra, antes de morir, el texto de Deuteronomio 6:4. Asimismo numerosas
personas, al exhalar su último suspiro, se han despedido pronunciando este
versículo.
El propósito
de esta reflexión consiste en ofrecer una breve introducción a la importancia
del monoteísmo en la fuente fundacional del judeocristianismo. Dicha fuente es la
Torah, el Pentateuco, a saber, los cinco primeros libros de la Biblia.
Concebimos
el monoteísmo como la forma de pensamiento, emotividad y conducta, que sostiene
que D-os es uno solo (unidad del Señor).
II.
Desarrollo
a. El
Nombre de D-os.
Los libros
bíblicos a los que se suele aludir con el término Pentateuco son conocidos como
la Torah; como señala Yebra, dicho término puede tener su raíz en el término
“or” que significa “luz”. El vocablo “Torah” suele ser traducido como
“enseñanza” (JPS) o como “ley”. En todo caso, forma parte de aquello que el
creyente estima como texto canónico, del cual deriva pautas o valores para su
cosmovisión, su emotividad y su conducta cotidianas. Es parte del centro de su
vida.
Comenzar a
abordar aquel aspecto de la cosmovisión de la persona judeocristiana que
sostiene la unidad del Señor, resulta inseparable de la pregunta de quién es el
Padre, y por qué es diferente de los ídolos.
Al respecto
Michael Lerner expone, de modo convincente, cómo hemos de entender el nombre de
D-os en Éxodo 3, a saber, el Tetragrama. En Egipto, como en el paganismo en
términos generales, se pensaba que existía una unidad inseparable entre la
naturaleza, tal como esta es, y las relaciones sociales del mundo pagano, en el
cual una pequeña minoría explotaba a la mayoría, viviendo en el lujo a costa
del sudor, la sangre y la muerte de sus esclavos. En el paganismo se sostenía
que, del mismo modo que el mundo natural, con sus leyes naturales, es
invariable, y es maravilloso en su hermosura y en su invariabilidad, del mismo
modo las relaciones sociales de opresión y explotación son invariables,
formando parte inescindible de la misma naturaleza. De este modo el culto a los
ídolos constituye una reafirmación y celebración de una forma de ver la
naturaleza centrada en lo maravillosa que ésta es, así como de la unidad entre
la hermosura de la naturaleza y las relaciones sociales de opresión. Ante este
panorama pagano, la enseñanza de Éxodo 3 implica un cambio fundamental. El
nombre de D-os no se debe traducir como “Yo soy el que Soy”, sino “Yo seré el
que seré”, o “Yo estaré siendo como estaré siendo”. Ello significa que ni la
naturaleza ni las relaciones sociales van a seguir siendo iguales a como lo son
hasta ahora. El Señor está por encima de las relaciones sociales de maltrato y
humillación, y va a cambiar eso. El Padre no es un ídolo, creado por los
humanos, para defender sus intereses egoístas. No. Por el contrario, el Señor
es, no lo que existe hasta ahora en la maldad humana, sino el cambio de las
personas y el mundo hacia la libertad del ser humano. Por ello el mensaje de la
Biblia implica que “la crueldad no es el destino”; ello quiere decir que el
maltrato humano puede y debe
terminar, porque el Señor implica el cambio. Se trata de un cambio en el
siguiente sentido: D-os implica “el poder de sanidad interna y transformación
social”. Amar al Padre incluye encontrar sanidad para nuestras heridas
internas, así como transformar las relaciones entre los seres humanos, de modo
que no se oprima, ni maltrate, ni explote a otras personas, pues nos debemos
comportar con amor, justicia y solidaridad, transformando las relaciones
interpersonales en el camino de la bondad y la justicia.
Erich Fromm,
por su parte, considera que el Nombre de D-os en Éxodo 3 significa que Él es lo
contrario a los ídolos. En la gramática hebrea no existe un tiempo verbal ni
para el pasado, ni para el presente, ni para el futuro, tal como en español. En
hebreo, solo existen dos tiempos verbales, el “perfecto” y el “imperfecto”. El
tiempo verbal “perfecto” significa lo que está concluido, terminado, ya
realizado. Los ídolos se ubican en este tiempo verbal “perfecto”, porque son
creación del humano y se les da culto con la finalidad de justificar la falta
de cambio en las relaciones sociales de opresión, crueldad y maltrato. Por el
contrario, el nombre del Padre en la Biblia se encuentra en tiempo
“imperfecto”, es decir, significa aquello que está abierto, en proceso de
cambio, lleno de vida, viviente, no concluido ni muerto como los ídolos. Es por
esto que el Nombre de D-os significa lo contrario de la idolatría. Amar a D-os
incluye rechazar toda forma de idolatría, es decir, toda forma de explotar,
oprimir, maltratar o aprovecharse de los demás.
Continuando
el razonamiento por nuestra cuenta, podemos sostener que, para expresar lo
anterior en términos positivos, manifestamos que amar al Señor es amar al
prójimo y, por tanto, no incurrir en la idolatría de oprimir a los demás… ni a
uno mismo.
b.
El significado del monoteísmo.
Lo explicado
en el apartado anterior nos lleva al convencimiento de que decir que D-os es
uno, significa que no se va a adorar ningún ídolo (es decir, a cualquier otro
d-os). Ello por cuanto no adorar ningún ídolo lleva a no justificar ningún
razonamiento idólatra que apoye la falta de amar al prójimo. Este es el significado
del monoteísmo.
c.
Interpretación de textos bíblicos.
Tomando como
punto de partida todo lo anteriormente expuesto, encontramos una nueva luz para
esclarecer la multitud de textos bíblicos que, tanto de forma directa como de
forma indirecta, prohíben dar culto a d-oses, a ídolos, y forjar imágenes o
esculturas con finalidad de darles culto. Algunos de estos textos son:
i. Éxodo 20
y Deuteronomio 5. En estos textos se encuentra el decálogo, los diez
mandamientos. En ellos sobresalen las prohibiciones referidas en el párrafo
anterior.
ii. Deuteromio
6:4. Es el único texto que literalmente nos dice que el Señor es “uno” (o
“único”). Sin embargo, la unidad de D-os, es decir, el monoteísmo, se deduce,
cualitativamente, tanto del rechazo al culto de ídolos, como de la enseñanza de
que el Padre es Santo. En este sentido, en Juan 14 se insiste en la unidad de
D-os como un llamamiento a que todas las personas seamos uno solo en el camino
de amor práctico al Padre y a los demás, tal como nos indica Juan 17:21. Por su
parte, Juan 15:17 y 18 y la carta de 1ª de Juan nos hablan de D-os como amor al
hermano y al que no es hermano.
iii.
Numerosos textos nos enseñan que D-os es Santo. Quizá el texto más poético de
la Biblia hebrea sea Isaías 6. Resulta asimismo bello Levítico 19: 2 (“Habla a toda la congregación de los hijos de
Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo el Señor vuestro D-os”).
“Santo”, “kadosh”, significa, “apartado de”, “separado de”, lo común o vulgar.
Lo vulgar o común es la idolatría y lo que ésta significa. El “Santo” que es el
Padre, significa lo contrario de la idolatría, a la que se rechaza por ser
opresión.
iv. Otros
textos bíblicos nos muestran diversas implicaciones del monoteísmo o unidad de
D-os. Dado que el Señor es uno, su ley es también una sola, única, invariable,
en el sentido de que no se justifica que ninguna persona pueda válidamente
violarla. En este sentido, Deuteronomio 13 y 18 califican de falso profeta
aquella persona que obre milagros, pero que llame a servir a otros d-oses. En
el último versículo de Deuteronomio 12 (Deuteronomio 12:32), es decir, justo
antes de Deuteronomio 13 que prohíbe seguir a un profeta que mande a dar culto
a otros d-oses, se expresa claramente que no cabe añadir ni quitar nada de la
ley del Señor. Esta es la garantía de que el Padre no desea ni permite que las
personas cambien la ley para volverse a la idolatría y oprimir a las personas
con falta de amor al prójimo.
Es cierto
que, como bien nos enseña el libro de Hebreos, en Cristo se cumplió la ley; sin
embargo, hemos de entender que, al cumplirse la ley, resultan superfluos los
sacrificios y otras formalidades del Pentateuco que apuntaban al Mesías hijo de
José que había de venir. Sin embargo, ello no significa que haya cesado el deber
de amar al prójimo establecido en el Pentateuco. Por esto el larguísimo Salmo
119 se dedica a alabar la ley y a declararla eterna. Es la ley de la nueva
alianza (Jeremías 31), que D-os inscribe en Cristo en nuestros corazones, que
nos lleva a amar a otros de forma práctica, de conformidad a los frutos del
Espíritu (Gálatas 5). El que la ley esté inscrita en nuestros corazones
significa que el siervo de D-os, nosotros, vemos en nuestros corazones brotar
una serie de pensamientos y emociones que no son obra nuestra, sino fruto del
Espíritu Santo. Se trata de una fuerza de amor práctico al Señor y al prójimo
que el Espíritu Santo ha impreso con sello en nuestros corazones. Estos nuevos
pensamientos y emociones nos impulsan a encarnar el amor que D-os ya ha puesto
dentro de nosotros, brotando ese amor práctico en forma de conductas de ayuda y
servicio a nosotros mismos y a los demás.
v. En los
tiempos antiguos del Pentateuco, no existía una mentalidad abstracta como la
nuestra, que nos lleva a emplear conceptos amplios, que expresan en una sola palabra,
multiplicidad de aspectos complejos. Por ello el Pentateuco se refiere al amor
al prójimo en forma concreta, ordenando amar al prójimo que nos ha hecho algún
mal (Levítico 19:18), al extranjero, la viuda y el huérfano (las clases más
pobres de la época) (Levítico 19:32 y siguientes) y requiriendo ayudar al
enemigo (Éxodo 23:4-6). En ningún texto de la Biblia hebrea se
ordena odiar al enemigo.
Diversos
textos nos enseñan que el amor a D-os y al prójimo es el centro de la Biblia.
Por ejemplo: Mateo 25: 31 y siguientes, Marcos 12: 28 y
siguientes, Santiago 2:8, etc.
d. La unidad de D-os como mensaje actual.
En un sentido profundo y muy importante, respetar y amar
la unidad de D-os implica rechazar la tentación de la serpiente de Génesis 3.
Dicha tentación consiste en seducirnos a considerarnos d-vinos, seres como
d-os, que no necesitamos del Padre, y que podemos decidir, a nuestro capricho,
qué es lo bueno y qué es lo malo. Es la tentación de considerarnos autosuficientes,
sin necesidad del Señor. Esta tentación está muy en boga ahora, y se une a la
ofensa de Caín de la que hablamos en otra oportunidad, y consiste en la
ideología, tan exitosa en estos momentos, que nos dice que no tenemos
responsabilidad por lo que le suceda a los demás, es decir, que no estamos
obligados a amar de forma práctica a los otros, ayudándoles en todo.
Por el contrario, la unidad de D-os nos lleva a darnos
cuenta de que no somos d-oses, sino que somos simples pecadores, que no podemos
hacer nada en justicia si no es por la ayuda del Señor. Significa percatarnos
de que estamos atados por el pecado, le hacemos mal a otros y somos incapaces
ni de amarnos a nosotros, ni de amar a los demás, por lo cual necesitamos al
Salvador. Respetar la unidad de D-os significa acudir al Padre con lágrimas en
los ojos, pidiendo que Jesús sea el Rey de nuestra vida, que seamos perdonados
por su Sangre y que nos capacite para vivir una vida de amor práctico a los
demás. Este es el centro de la Biblia y el mensaje que debe cambiar el mundo
actual en el camino del arrepentimiento.
Recordemos la parábola del fariseo y el publicano. El
fariseo es el símbolo de la persona que se considera justa y, por eso, no
reconoce el deber de amar hasta al más despreciado (publicano). Jesús nos dice
que el fariseo no fue perdonado por D-os. Por el contrario, el publicano se
reconoce como pequeño ante el Señor, como un simple pecador que necesita de la
misericordia de D-os. El publicano sí es perdonado.
Seamos humildes como el publicano, pecadores perdonados
que, como fruto del perdón recibido, perdonamos a los demás, amamos al Padre y
al prójimo de manera práctica.
III. Final.
Hemos arrancado conversando acerca de la importancia de
la unidad de D-os para numerosos mártires, y llegamos al sentido del monoteísmo
para el mundo actual. Este llamamiento que nos hace el monoteísmo o enseñanza
de la unidad de D-os, nos debe despertar, tanto a una continua vigilancia de
nuestra conducta práctica, para que sea una vida de amor práctico al Señor y a
los demás, como también a comprender la unidad esencial que vincula a todos
cuantos respetamos la unidad de D-os… incluyendo a aquellas personas que no han
llegado a entender la enseñanza acerca del Padre, pero que, por sus obras,
podemos ver que están buscando una relación con Él. Ayudemos a esas personas a
encontrar al D-os que, lo sepan o no, están buscando con tanta intensidad.
Daniel
Montero Bustabad
El hecho comprender el monoteísmo es esencial para comprender que todo se trata del amor, esto porque si hacemos una separación de Jesús, Espíritu Santo y Dios Padre les estaríamos dando características diferentes, lo cual no debe ser así, porque el mismo amor que estuvo presente cuando Jesús sanó a los leprosos fué el mismo amor que estuvo presente cuando Dios castigó a Israel impidiéndoles llegar rápida y fácilmente a la tierra prometida, todo siempre con un propósito y sin falta de amor.
ResponderEliminar