Realidad Católica Actual.
I. Planteamiento.
El presente texto pretende ofrecer una perspectiva complementaria al estudio del catolicismo. La peculiaridad del aporte radica en que fue iniciado desde una perspectiva externa, por parte de quien en el pasado contempló el fenómeno referido desde la otro ámbito. Muchas veces quienes viven intensamente una experiencia, desde su interior, son beneficiadas al conocer el punto de vista de quienes la contemplan con más distancia o espacio; resulta frecuente que, con esta mayor perspectiva, se hallen aspectos dignos de analizar que no son percibidos tan claramente desde la cercanía, desde el interior de la experiencia.
La tesis que se ofrece aduce que el catolicismo se enfrenta a un peligro provocado por una sociedad (me enfoco en los países hispanos) que se dice católica sin serlo en gran parte; esta falacia colectiva podría llegar a afectar a los católicos de buena voluntad, incluso inconscientemente, presionando para que vayan olvidando la Realidad de la Verdad (Católica) que tienen enfrente, ante su vista, en la realidad cotidiana, y vayan sustituyendo esa Realidad de la Verdad por la “realidad” de la mentira en que vive la mayoría de la sociedad, a saber, la cultura de la muerte.
II. El Catolicismo.
No resulta sencillo ofrecer una definición de catolicismo, ni éste resulta el texto apropiado para hacerlo. Quizá en algún momento se ofrezca la oportunidad de abordar más ampliamente el tema. Por el momento sólo se ofrecen unas observaciones necesarias para enfocar el tema de este texto.
1. Resulta imprescindible dejar claro el punto de partida necesario para analizar el catolicismo. Para ello se debe comenzar por rechazar la pretensión extendida entre los críticos de tender a reducir el catolicismo a únicamente un grupo de ideas (o a evaluarlo solo desde la supuesta perspectiva de ideas abstractas); de ese modo se mutilaría el catolicismo, impidiendo quizá a las personas que reciben la “información”, poder llegar a sentir la vocación católica, el verdadero aporte y llamado del catolicismo. Es cierto que el catolicismo incluye doctrinas, que vienen a ser ideas. Pero ello es sólo una parte. El catolicismo se halla en el encuentro personal como D-os, y en cómo este encuentro se manifiesta o traduce en el compromiso integral (holístico) de las personas con D-os, por medio del amor práctico al prójimo. Abarca el conjunto de la existencia, los valores, conductas, actitudes, sentimientos, tiempo, recursos… el todo de la persona, incluyendo sus ideas… pero no solo sus ideas. De este modo parece que la sociedad, interesadamente, pretende hacer olvidar que las ideas ayudan a comprender el catolicismo… pero no son el catolicismo. Son sólo un complemento que, como tal complemento, facilitan comprender el compromiso holístico católico… pero no sustituyen el conjunto del catolicismo que se ha de vivir… no de almacenar en la cabeza como una computadora. El catolicismo se vive, el catolicismo se reza, el catolicismo se siente en sacramentos, en el compartir con otros, en amar, en cambiar el mundo, en darse, en tomar la Cruz y seguir a Jesús (Imitatio Dei…) Pudiera ser que este intento de reducir el catolicismo a ideas sea complaciente con quienes pretendan desprestigiarlo, sacando ideas de su contexto, para infundirles vulnerabilidad al haber perdido su sentido contextual, y una vez deformadas las ideas mediante este procedimiento, rechazar el conjunto de la Realidad de la Verdad… como si ésta consistiese solo en ideas deformadas…
2. El catolicismo se ha de buscar en la vida de las personas que aman a D-os amando al prójimo. Dichas personas, tomando este amor como el punto de partida de sus vidas, observan la existencia con los ojos de D-os, es decir, ven la Realidad de la Verdad (Católica), porque el amor fruto del encuentro con D-os radica en el centro de su devenir vital. Este abrirse a la Realidad de la Verdad incluye ideas, sí, pero también mucho más. Por ejemplo, una actitud católica. No encuentro mejor manera de explicar el catolicismo que mediante la experiencia de conocer una persona católica. Se trataba de una maestra de más de ochenta años, jubilada, que vivía en condiciones de gran pobreza. Su vida era frugal y austera. Sin embargo, en ella moraba la sonrisa. Conversando con ella, sonó el timbre. Eran las personas de Caritas. Pensé que le traían una contribución. Me equivoqué. Ella sacó un dinero, que mensualmente donaba, para compartir en ayuda a otros. Me impresionó. Ella tenía derecho a vivir quejándose, podía recordar que la sociedad había marginado o traicionado a una de las primeras maestras, cabía vivir culpando a otros… pero no… ella decidió vivir católicamente, con una sonrisa, compartiendo, en sus graves estrecheces, con otras personas… No olvidaré esa actitud, esa decisión constante… allí radica KOL HASHEM.
3. Algo más que escapa cualquier intento de “definir” el catolicismo por medio de ideas: el amor incondicional. Una persona visitaba por primera vez un grupo de amigos católicos que se reúnen para aprender y compartir. Al final del estudio, el recién llegado expresó su agrado por la profundidad de lo conversado, pero también externó su inquietud de si sería procedente en otra sesión externar sus peculiares ideas, que pudieran ser disímiles con la de los textos estudiados. La respuesta que recibió fue clara: lo más importante es la amistad, no hay temor a ideas diferentes. Ello también impresiona. Donde está el amor incondicional, allí está D-os. Donde se excluye, allí mora la “realidad” de la mentira, la cultura de la muerte, independientemente del disfraz que adopte. Esta disposición de darse, de brindar amistad incondicional a una persona sedienta, marcó su existencia, al encontrar así, directamente, la Realidad de la Verdad (Católica). También esto evade una reducción del catolicismo a ideas.
4. Deberíamos sentirnos diariamente impresionados por los testimonios visuales que encontramos en nuestra cotidianeidad, que nos hablan del amor a D-os a través de las generaciones. Cada vez que nos desplazamos de un lugar a otro, encontramos Iglesias, Conventos, lugares significativos por lo construido y/o por los nombres de los sitios… Todo ello nos recuerda el compromiso con D-os a lo largo de las generaciones. De una manera no literal, pero significativa, los edificios nos “hablan”. Verlos es recordar o sentir la fe que inspiraba a sus contemporáneos, así como a las generaciones siguientes. Ello resulta tanto más profundo cuando uno estudia la profesión en la casa del monje de San Esteban, Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional. La Escuela de Salamanca pervive en la necesidad humana de unir el Derecho a la moral, al compromiso real con una sociedad justa, diferente a la actual, con una sociedad católica, no pagana como en gran parte es nuestra sociedad, sino con un tipo de individuo renovado (Romano 12), con una sociedad en la que valga la pena vivir. La única alternativa real, integral y coherente, a la cultura de la muerte de nuestra sociedad, es el catolicismo. La alternativa es clara: catolicismo o muerte. Punto. Vivir personalmente donde nació en Salamanca este Derecho Internacional católico, vivir sus edificios, sus testimonios, su historia, es percibir un algo sin palabras que escapa la definición por ideas.
III. Realidad Católica.
Habitamos en la Realidad de la Verdad o en la mentira. Podemos creer que estamos en una u otra, pero tal vez nos confundamos, o nos confundan; quizá, sin darnos cuenta, no estamos percibiendo la Realidad de la Verdad que tenemos enfrente de nosotros, justo a nuestra vista, en la vida cotidiana. Puede que miremos a nuestro paso Iglesias, Conventos, memoriales, pero que veamos sin observar… sin sentir… sin que los memoriales transmitan su vocación y su mensaje a lo profundo de nuestras existencias. Si ello sucede con nosotros, tanto más se dará con otras personas menos interesadas y que, considerándose católicas, pudieran haber olvidado el centro del Catolicismo… de modo que de éste solo le queden ideas vacías y sentimientos inconexos.
La literatura y el pensamiento se conciben como arte, como forma de descubrir la belleza que se encuentra en la vida cotidiana, incluyendo el romanticismo y el noble papel de la dama. A todo ello se dedica la presente página. Conozca y participe también en mi Blog Jurídico: www.constitucionalismo.com Conozca mi Página Personal: www.bustabad.es Currículo: http://cr.linkedin.com/in/bustabad Correo: monterodaniel@monterodaniel.com
lunes, 16 de abril de 2012
Realidad Católica Actual (II).
Conversemos con las personas que encontramos en nuestra realidad cotidiana. Deduzcamos cuáles son los lugares importantes para ellos, de qué sitios hablan, y por qué tipos de locales preguntan cuando visitan una aldea o ciudad nueva.
Mi impresión consiste en que los profesionales machos (quizá no caballeros) se interesan por las Casas de B•a•c•o, las Casas de Azares y las Casas de Azahares de porneia… Las profesionales hembras buscan las Casas de Lashon Harah, la actividad de Pluto, los templos de Maimon y, fenómeno moderno, las cuevas de consumismo (hombres incluidos).
Todos ellos saben que pasaron frente a Iglesias, Conventos, quizá frente a alguna antigua shul, pero no vieron. Sólo ven lo relacionado con el paganismo; el catolicismo se borra, se disipa, sólo lo pagano queda. Recuerda el testo de Isaías 59: las iniquidades atrapan a las personas y les impiden llegar al arrepentimiento. Ven pero sin observar, oyen pero no entienden, se les habla pero no comprenden. Sólo saben ir a los modernos templos paganos.
Empecemos por nosotros mismos. Veamos si, de modo inconsciente, por presión social o rutina, hemos dejado de sentir la Realidad, escudriñemos también si estamos incorporando sentimientos de la “realidad” de la mentira, o si de otra forma, nos estamos alejando…
Nuestras prioridades, ¿están orientadas al amor práctico, a la contribución por el cambio de todos, de la sociedad, del mundo? ¿Estarán determinadas por el consumismo? ¿Qué fija la prioridad en la asignación del tiempo, los recursos, las amistades…? Por otra parte, ¿nos valoramos por lo que somos, imagen de D-os, dignidad humana, o por lo que tenemos, compramos, aparentamos o algo peor? ¿Cómo valoramos a los demás? ¿A quiénes permitimos entrar y compartir dentro de nuestras vidas? ¿A qué lugares acudimos para conocer personas, para sentirnos a gusto, para premiarnos, para estar tranquilos y en paz? ¿Son lugares coherentes con un compromiso a largo plazo con el amor al prójimo o son únicamente cuevas de… por ejemplo, consumismo? La respuesta a cada una de esas preguntas muestra dónde radica nuestra realidad, si en la Realidad de la Verdad, o en la “realidad” de la mentira.
Luego observemos a los demás, analicemos…
Tracemos posteriormente la biografía de nuestra vida. Examinemos si lo que consideramos logros o aspectos importantes de nuestra existencia lo son o no. Escrutemos si hemos dejado de dar énfasis a aspectos que han sido o que son verdaderamente importantes. Luego practiquemos el mismo procedimiento con nuestro presente…
Hagamos que nuestra realidad sea la Realidad de la Verdad (Católica). No nos alejemos.
Lo anterior corre el peligro de ser muy abstracto. Por ello se requiere un ejemplo personal. Discúlpenme por hablar de mí. Desde hace quinientos años mi familia no es católica, de modo que no fui educado como tal. En Salamanca estudié, encontrando, mediante libros (no por clases o lecciones), las ideas de Federico de Castro y Bravo (el mejor jurista español de todo el siglo XX) y de José Castán Tobeñas. En ellos, tiempo después, hallé la concepción católica del Derecho, por lo cual, contemplaba con mis ojos o mente el Convento de San Esteban, morada de Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional, sentía los edificios “hablar” sin palabras, transmitir el mensaje del catolicismo. Esas palabras eran fuego que ardía dentro de mí y guardaba la calidez del catolicismo, el vínculo con una cadena ininterrumpida de generaciones vinculadas con la fidelidad (emunah, fides), con su concepción del Derecho unido a la moral, a la lucha por una sociedad justa, por una sociedad en la que valga la pena vivir, y por un tipo nuevo de ser humano, por una metamorfosis individual (Romanos 12) en apertura al bien. Esos edificios, esas Iglesias, esos Conventos, esa concepción del Derecho, ese amor al bien, quedaron esculpidos en mi corazón, con voces que se “escuchan” sin cesar, que se sienten por el bien.
Las personas que compartieron conmigo observaron todo esto, pero quedaron igual. Parece que el catolicismo sigue siendo externo, ajeno, algo que no los cambió ni que les habla. El catolicismo quedó sepultado en su pasado.
En el centro de Sefarad conversé con un sacerdote católico costarricense, que había venido acá para un postgrado. Le pregunté qué impresión vivía, cómo percibía y vivía estando en un país, España, tan importante (pasado, presente, futuro) para el catolicismo. Su respuesta consistió en que no siente nada.
Por ello todos hemos de preguntarnos dónde radica nuestra realidad… No demos nada por sentado… Escudriñémonos como paso para una vida en tshuvah…
Con el tiempo profundicé en el vínculo entre el Derecho y la moral y en el compromiso con una sociedad renovada (Romanos 12). Durante muchísimo tiempo pedía a D-os que me indicara, o me diera una señal, sobre si eso que percibía del catolicismo significaba que debía acercarme a compartir con los católicos, si debía incluir el catolicismo en mi realidad. ¿Era D-os quien me llamaba?
Tiempo después, empero, percibí que la pregunta estaba mal planteada. D-os no es (solo) una realidad externa a nosotros que desde fuera nos pueda llamar. D-os es, sobre todo, la Realidad interna a nosotros, la Realidad que pide con “voces indecibles”, la Realidad desde nuestro más recóndito ser, nos impulsa a seguir en el camino de la rectitud. Sobre esta base brotó la fuerza interna que se expresó en la determinación que consiste en lo siguiente: Quiero que el catolicismo no sea ajeno a mí, quiero ver el catolicismo como no una contingencia o casualidad en mi devenir vital, quiero que no sea casualidad sentir el llamado de Salamanca, los testimonios católicos en Iglesias, Conventos y, sobre todo, quiero que no perezca en mí la concepción moral del Derecho de la Escuela católica de Salamanca. Ha nacido en mi existencia la decisión de hacer del catolicismo presencia viva en mí, Realidad activa, vocación cumplida.
La sociedad en la que vivimos se califica mayoritariamente como cultura de la muerte. Las personas no son valoradas por lo que son, sino por lo que tienen. No se ama a los demás, sino que se vive en la indiferencia y, cuando se puede, en utilizar a los demás como instrumentos para satisfacernos. A la sociedad no le importa que más de veinte mil niños mueran diariamente por falta de adecuada nutrición… sumemos los adultos… y todo ello apunta al holocausto humano en el que vive nuestra sociedad. Muerte es indiferencia, rechazo, manipulación, mentira. Las personas saben que las demás no las quieren, por lo cual viven conscientemente rechazadas y rechazando, dedicando su tiempo a producir por producir para gastar para comprar la atención (no el amor, que no existe) (u otras ventajas) de los demás. Este producir por consumismo lleva al holocausto ambiental cuyos efectos ya empezamos a sentir, pues la tierra no aguanta más la infernal sobreexplotación en la que habitamos. Una gran proporción de la sociedad se suicida en vida… eso es en gran parte la drogadicción, eso es la superficialidad, eso es dejar de luchar por lo justo y conformarnos con vegetar para esperar el fin de la existencia… o en “disfrutar” superficialmente como libertinos hasta que termine la existencia; con el libertinaje no se disfruta, sino que se suman pequeños placeres que no satisfacen por dentro, que no llenan, que hacen vivir conscientemente en vacío existencial, sabiendo que se está muerto por dentro, al perderse los ideales, la nobleza, el romanticismo, la lucha por lo justo, bueno y bello, por amar y ser amado sinceramente… La cultura de la muerte se prolonga mediante la manipulación colectiva consistente en sembrar consumismo, mediante caprichos, deseos irracionales, valores superficiales, formas y estilos de vida también superficiales. Esta superficialidad se difunde por los medios de “comunicación” de masas de forma manipulativa y harto reiterativa.
IV. Final.
Estamos llamados a dar respuesta a la constante presión de la cultura de la muerte de cambiar la Realidad “de la Verdad de D-os por la mentira de la vanidad”, de la superficialidad. La amenaza por excelencia a la que se enfrentan los católicos, se halla en los constantes mensajes que se reciben seduciendo a cambiar la Realidad de la Verdad por la “realidad” de la mentira, a dejarse llevar por alegrías superficiales, por la rutina, por el ser como los demás, por abdicar de la Verdad, en nombre de una sociedad que se llama a sí misma católica, pero que en verdad es, en gran parte, la sociedad de la cultura de la muerte.
La respuesta al reto planteado debe ser consciente y constante. Cada día nos presenta múltiples momentos en los que hemos de imitar el “sí” de María, que implica un “no” a la seducción de la mentira. La Realidad de la Verdad se recrea constantemente, al vivir abriéndonos diariamente a la gracia de D-os, al elegir persistentemente de forma coherente con los requerimientos de la Realidad de la Verdad (Católica). Es esta recreación constante de la Realidad de la Verdad por la gracia de D-os, lo que involucra lo mejor del humano, transformando en conductas, sentimientos, pensamientos y prioridades, tanto individuales como compartidos con otros (ej. con la Iglesia) la vocación a la que somos llamados por gracia D-vina. No se trata de un esperar pasivo. Se requiere un esperar en D-os y, a la vez, un actuar constante respondiendo de forma coherente con el siempre renovado encuentro con el Misterio de la piedad. Es esta coherencia en la respuesta la que apela a la mejor creatividad, persistencia, rectitud, calidez, amabilidad, firmeza… y todas las demás cualidades que hemos de poner en práctica en la apertura a la siempre renovada (Romanos 12) Realidad de la Verdad.
Un componente muy importante de esta respuesta a la gracia de D-os, se encuentra en “la renovación de nuestro entendimiento” (Romanos 12), lo cual significa renovar nuestro acercamiento a la Realidad de la Verdad, generando lo siguiente: 1. Los mecanismos adecuados para formar y vivir esa Realidad. En ello se incluye el determinar cómo interpreto los objetos, eventos y demás que encuentro en mi cotidianeidad, y el asignarles un papel en mi existencia. A ello se refiere la pincelada de mi biografía ofrecida arriba. 2. Determinar las conductas y pensamientos coherentes con un compromiso coherente con el catolicismo. 3. Abrirnos a los diferentes llamados que nos vienen de D-os (vocación). 4. Analizar los mensajes de recibimos, aceptando los correctos, rechazando los falsos y eliminando de nuestro interior aquellas mentiras que por error hayamos aceptado.
Estamos llamados a esta labor diaria. Una labor de amor por la vida, de amor a D-os a través del prójimo, de celebración de la vida cotidiana como un regalo de D-os, como un devenir vital constantemente abriéndose al amor de D-os y a la gracia en compartir.
Mi impresión consiste en que los profesionales machos (quizá no caballeros) se interesan por las Casas de B•a•c•o, las Casas de Azares y las Casas de Azahares de porneia… Las profesionales hembras buscan las Casas de Lashon Harah, la actividad de Pluto, los templos de Maimon y, fenómeno moderno, las cuevas de consumismo (hombres incluidos).
Todos ellos saben que pasaron frente a Iglesias, Conventos, quizá frente a alguna antigua shul, pero no vieron. Sólo ven lo relacionado con el paganismo; el catolicismo se borra, se disipa, sólo lo pagano queda. Recuerda el testo de Isaías 59: las iniquidades atrapan a las personas y les impiden llegar al arrepentimiento. Ven pero sin observar, oyen pero no entienden, se les habla pero no comprenden. Sólo saben ir a los modernos templos paganos.
Empecemos por nosotros mismos. Veamos si, de modo inconsciente, por presión social o rutina, hemos dejado de sentir la Realidad, escudriñemos también si estamos incorporando sentimientos de la “realidad” de la mentira, o si de otra forma, nos estamos alejando…
Nuestras prioridades, ¿están orientadas al amor práctico, a la contribución por el cambio de todos, de la sociedad, del mundo? ¿Estarán determinadas por el consumismo? ¿Qué fija la prioridad en la asignación del tiempo, los recursos, las amistades…? Por otra parte, ¿nos valoramos por lo que somos, imagen de D-os, dignidad humana, o por lo que tenemos, compramos, aparentamos o algo peor? ¿Cómo valoramos a los demás? ¿A quiénes permitimos entrar y compartir dentro de nuestras vidas? ¿A qué lugares acudimos para conocer personas, para sentirnos a gusto, para premiarnos, para estar tranquilos y en paz? ¿Son lugares coherentes con un compromiso a largo plazo con el amor al prójimo o son únicamente cuevas de… por ejemplo, consumismo? La respuesta a cada una de esas preguntas muestra dónde radica nuestra realidad, si en la Realidad de la Verdad, o en la “realidad” de la mentira.
Luego observemos a los demás, analicemos…
Tracemos posteriormente la biografía de nuestra vida. Examinemos si lo que consideramos logros o aspectos importantes de nuestra existencia lo son o no. Escrutemos si hemos dejado de dar énfasis a aspectos que han sido o que son verdaderamente importantes. Luego practiquemos el mismo procedimiento con nuestro presente…
Hagamos que nuestra realidad sea la Realidad de la Verdad (Católica). No nos alejemos.
Lo anterior corre el peligro de ser muy abstracto. Por ello se requiere un ejemplo personal. Discúlpenme por hablar de mí. Desde hace quinientos años mi familia no es católica, de modo que no fui educado como tal. En Salamanca estudié, encontrando, mediante libros (no por clases o lecciones), las ideas de Federico de Castro y Bravo (el mejor jurista español de todo el siglo XX) y de José Castán Tobeñas. En ellos, tiempo después, hallé la concepción católica del Derecho, por lo cual, contemplaba con mis ojos o mente el Convento de San Esteban, morada de Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional, sentía los edificios “hablar” sin palabras, transmitir el mensaje del catolicismo. Esas palabras eran fuego que ardía dentro de mí y guardaba la calidez del catolicismo, el vínculo con una cadena ininterrumpida de generaciones vinculadas con la fidelidad (emunah, fides), con su concepción del Derecho unido a la moral, a la lucha por una sociedad justa, por una sociedad en la que valga la pena vivir, y por un tipo nuevo de ser humano, por una metamorfosis individual (Romanos 12) en apertura al bien. Esos edificios, esas Iglesias, esos Conventos, esa concepción del Derecho, ese amor al bien, quedaron esculpidos en mi corazón, con voces que se “escuchan” sin cesar, que se sienten por el bien.
Las personas que compartieron conmigo observaron todo esto, pero quedaron igual. Parece que el catolicismo sigue siendo externo, ajeno, algo que no los cambió ni que les habla. El catolicismo quedó sepultado en su pasado.
En el centro de Sefarad conversé con un sacerdote católico costarricense, que había venido acá para un postgrado. Le pregunté qué impresión vivía, cómo percibía y vivía estando en un país, España, tan importante (pasado, presente, futuro) para el catolicismo. Su respuesta consistió en que no siente nada.
Por ello todos hemos de preguntarnos dónde radica nuestra realidad… No demos nada por sentado… Escudriñémonos como paso para una vida en tshuvah…
Con el tiempo profundicé en el vínculo entre el Derecho y la moral y en el compromiso con una sociedad renovada (Romanos 12). Durante muchísimo tiempo pedía a D-os que me indicara, o me diera una señal, sobre si eso que percibía del catolicismo significaba que debía acercarme a compartir con los católicos, si debía incluir el catolicismo en mi realidad. ¿Era D-os quien me llamaba?
Tiempo después, empero, percibí que la pregunta estaba mal planteada. D-os no es (solo) una realidad externa a nosotros que desde fuera nos pueda llamar. D-os es, sobre todo, la Realidad interna a nosotros, la Realidad que pide con “voces indecibles”, la Realidad desde nuestro más recóndito ser, nos impulsa a seguir en el camino de la rectitud. Sobre esta base brotó la fuerza interna que se expresó en la determinación que consiste en lo siguiente: Quiero que el catolicismo no sea ajeno a mí, quiero ver el catolicismo como no una contingencia o casualidad en mi devenir vital, quiero que no sea casualidad sentir el llamado de Salamanca, los testimonios católicos en Iglesias, Conventos y, sobre todo, quiero que no perezca en mí la concepción moral del Derecho de la Escuela católica de Salamanca. Ha nacido en mi existencia la decisión de hacer del catolicismo presencia viva en mí, Realidad activa, vocación cumplida.
La sociedad en la que vivimos se califica mayoritariamente como cultura de la muerte. Las personas no son valoradas por lo que son, sino por lo que tienen. No se ama a los demás, sino que se vive en la indiferencia y, cuando se puede, en utilizar a los demás como instrumentos para satisfacernos. A la sociedad no le importa que más de veinte mil niños mueran diariamente por falta de adecuada nutrición… sumemos los adultos… y todo ello apunta al holocausto humano en el que vive nuestra sociedad. Muerte es indiferencia, rechazo, manipulación, mentira. Las personas saben que las demás no las quieren, por lo cual viven conscientemente rechazadas y rechazando, dedicando su tiempo a producir por producir para gastar para comprar la atención (no el amor, que no existe) (u otras ventajas) de los demás. Este producir por consumismo lleva al holocausto ambiental cuyos efectos ya empezamos a sentir, pues la tierra no aguanta más la infernal sobreexplotación en la que habitamos. Una gran proporción de la sociedad se suicida en vida… eso es en gran parte la drogadicción, eso es la superficialidad, eso es dejar de luchar por lo justo y conformarnos con vegetar para esperar el fin de la existencia… o en “disfrutar” superficialmente como libertinos hasta que termine la existencia; con el libertinaje no se disfruta, sino que se suman pequeños placeres que no satisfacen por dentro, que no llenan, que hacen vivir conscientemente en vacío existencial, sabiendo que se está muerto por dentro, al perderse los ideales, la nobleza, el romanticismo, la lucha por lo justo, bueno y bello, por amar y ser amado sinceramente… La cultura de la muerte se prolonga mediante la manipulación colectiva consistente en sembrar consumismo, mediante caprichos, deseos irracionales, valores superficiales, formas y estilos de vida también superficiales. Esta superficialidad se difunde por los medios de “comunicación” de masas de forma manipulativa y harto reiterativa.
IV. Final.
Estamos llamados a dar respuesta a la constante presión de la cultura de la muerte de cambiar la Realidad “de la Verdad de D-os por la mentira de la vanidad”, de la superficialidad. La amenaza por excelencia a la que se enfrentan los católicos, se halla en los constantes mensajes que se reciben seduciendo a cambiar la Realidad de la Verdad por la “realidad” de la mentira, a dejarse llevar por alegrías superficiales, por la rutina, por el ser como los demás, por abdicar de la Verdad, en nombre de una sociedad que se llama a sí misma católica, pero que en verdad es, en gran parte, la sociedad de la cultura de la muerte.
La respuesta al reto planteado debe ser consciente y constante. Cada día nos presenta múltiples momentos en los que hemos de imitar el “sí” de María, que implica un “no” a la seducción de la mentira. La Realidad de la Verdad se recrea constantemente, al vivir abriéndonos diariamente a la gracia de D-os, al elegir persistentemente de forma coherente con los requerimientos de la Realidad de la Verdad (Católica). Es esta recreación constante de la Realidad de la Verdad por la gracia de D-os, lo que involucra lo mejor del humano, transformando en conductas, sentimientos, pensamientos y prioridades, tanto individuales como compartidos con otros (ej. con la Iglesia) la vocación a la que somos llamados por gracia D-vina. No se trata de un esperar pasivo. Se requiere un esperar en D-os y, a la vez, un actuar constante respondiendo de forma coherente con el siempre renovado encuentro con el Misterio de la piedad. Es esta coherencia en la respuesta la que apela a la mejor creatividad, persistencia, rectitud, calidez, amabilidad, firmeza… y todas las demás cualidades que hemos de poner en práctica en la apertura a la siempre renovada (Romanos 12) Realidad de la Verdad.
Un componente muy importante de esta respuesta a la gracia de D-os, se encuentra en “la renovación de nuestro entendimiento” (Romanos 12), lo cual significa renovar nuestro acercamiento a la Realidad de la Verdad, generando lo siguiente: 1. Los mecanismos adecuados para formar y vivir esa Realidad. En ello se incluye el determinar cómo interpreto los objetos, eventos y demás que encuentro en mi cotidianeidad, y el asignarles un papel en mi existencia. A ello se refiere la pincelada de mi biografía ofrecida arriba. 2. Determinar las conductas y pensamientos coherentes con un compromiso coherente con el catolicismo. 3. Abrirnos a los diferentes llamados que nos vienen de D-os (vocación). 4. Analizar los mensajes de recibimos, aceptando los correctos, rechazando los falsos y eliminando de nuestro interior aquellas mentiras que por error hayamos aceptado.
Estamos llamados a esta labor diaria. Una labor de amor por la vida, de amor a D-os a través del prójimo, de celebración de la vida cotidiana como un regalo de D-os, como un devenir vital constantemente abriéndose al amor de D-os y a la gracia en compartir.
Trabajo Social.
Recientemente el regalo de la vida cotidiana me ha otorgado el privilegio de conocer damas distinguidas que estudian trabajo social. La mayoría piensa dedicarse a la materia a tiempo completo; una de ellas laborará en otro campo; empero, de su conducta y valores se destila el amor al prójimo; por ello se prevé que el trabajo social va a formar parte de su existencia, por la importancia que ella confiere al amor al prójimo. Esto es precisamente lo primero a destacar: Toda persona que ama al prójimo es un trabajador social. La Iglesia es una trabajadora social, pues es el Cuerpo de Cristo, radicando su misión en ser las manos y los pies de Cristo para las personas sufrientes. El pecado original hace de cada humano un ser que, de un modo u otro sufre; padece soledad, además de un dolor. Por ello cada individuo necesita el Cuerpo de Cristo. Solos no podemos, por lo que la Iglesia integra nuestra identidad.
En honor a estas damas tan distinguidas quisiera compartir unas reflexiones sobre la importancia del trabajo social y su estudio:
1. Como se indicó, cada persona que se toma el amor al prójimo en serio, es un trabajador social. Debemos servir a los demás; esa es nuestra identidad. Quien no se ama a sí mismo y a los demás abandona la dignidad humana, se pierde en la superficialidad y se condena. Trabajo social es amor al prójimo en acción. Se ejerce el trabajo social como función pública cuando la acción de cooperar con otras personas emplea potestades y/o recursos públicos. Sin embargo, el trabajo social como tal se practica, en un sentido amplio, por toda persona que se abre a dar y recibir de otros, incluyendo aquellos que, de un modo u otro, se encuentran en situación de sufrimiento, exclusión o riesgo social.
2. La Iglesia como Cuerpo de Cristo es una trabajadora social. La Iglesia verdadera se distingue de las “iglesias” falsas en su capacidad de ayudar de forma práctica (efectiva), y de conmover el corazón, de las personas sufrientes, siendo para ellas las manos y los pies de Jesús en la actualidad.
3. La mejor indicación que se puede dar a quien estudie servicio social es que, en cada materia que curse, investigue, antes que nada, con carácter prioritario, cuál es el punto de partida de la materia. El punto de partida son las ideas básicas (las que se toman por sentado y no se cuestionan), a partir de las cuales arrancan las reflexiones complejas que integran esa asignatura o materia que se estudia.
4. El punto de partida de cada materia (asignatura) que se estudia debe ser analizado con cuidado, para ver si resulta o no compatible con el amor al prójimo o si, por el contrario, oculta ideas que, directa o indirectamente, legitiman o avalan la cultura de muerte y opresión que caracteriza a las sociedades actuales. Ideas paganas son: a. Aquellas que aceptan que en una sociedad exista un porcentaje de personas sin trabajo y que no reciban ayuda para vivir (paro estructural, exclusión social), pues son formas modernas de opresión, maltrato. b. Las que marginan de apoyo a colectivos de discapacitados o personas con necesidades especiales. c. Permiten mecanismos colectivos de manipulación: consumismo como conjunto de ideas y sentimientos inculcados intencionalmente por Gobiernos, multinacionales y otros medios de “comunicación”. d. Otros.
5. Resulta más difícil analizar (pero importantísimo), el punto de partida de la profesión de trabajador social. Es decir, se trata del punto de partida, no de una asignatura o materia concreta, sino del ejercicio de la función de trabajador social en el país. La experiencia en España durante unos meses como monitor de un taller de filosofía básica para personas sin hogar, sembró inquietudes, pues mis amigos se mostraban tristes por los trabajadores sociales que conocían; los decepcionaron no solo como profesionales, sino también como personas. Por lo que conocí de gente de trabajo social, mi impresión va en el mismo camino. Ello no ha de entenderse como una crítica a quienes honradamente estudian o ejercen la profesión, sino como un recordatorio de la importancia de la profesión, y de la necesidad de analizar el punto de partida del ejercicio de la profesión como tal.
6. Mi impresión personal, subjetiva, pero que comparto con el propósito de someterla a un proceso de falsación para determinar si resulta objetiva, es la siguiente: Se enseña a los futuros trabajadores sociales a ejercer su profesión bajo una doble premisa: a. El trabajo social se ejerce con distancia profesional respecto a las personas que reciben el apoyo (usuarios, clientes). b. El trabajo social que se ejerce con esta distancia profesional consiste en ejecutar los protocolos, normas y procedimientos establecidos para el apoyo a las personas.
7. Mi tesis consiste en sostener que este punto de partida impide, incluso a las honradas y buenas personas, ejercer bien el trabajo social. El punto de partida incapacita a los trabajadores sociales a ayudar a los demás. El punto de partida, voluntaria o involuntariamente, contribuye al egoísmo de la sociedad que, como tal, excluye y oprime a las personas que necesitan apoyo. Si Jesús hubiese seguido este punto de partida, habría pecado y renegado de su carácter de D-os Encarnado. Si se hubiese aplicado este punto de partida, nunca habría nacido la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
8. Es cierto que, por salud mental, el trabajador social necesita dedicar no solo el tiempo necesario para el descanso, sino que también, no cabe “llevarse el trabajo a la casa”, a saber, estar constantemente pensando en su tiempo libre en las situaciones que se le presentan. Debe vivir su propia vida, sin estar constantemente pensando, en su tiempo libre, en las necesidades de los demás. Somos humanos, por lo que requerimos ese espacio de descanso para reponernos. De lo contrario se quema y muere el trabajador social. También resulta verídico que cada persona debe tomar las decisiones de su propia vida, sin que el trabajador social pueda elegir por los demás. Por ello resulta imprescindible este aspecto de respeto y de dejar a cada persona escoger su camino. Estas dos necesidades conllevan que el trabajador social guarde una cierta “distancia”, pero el término no es adecuado. Resulta mejor expresar que el trabajador social debe respetarse a sí mismo y a los demás, sin decidir por otros, ni obsesionándose pensando en las necesidades de otros constantemente en su tiempo libre. El problema es que se interpreta mal el concepto de “distancia”, de modo que en la actualidad tiende a equivaler a falta de interés, de involucramiento, de empatía y de entrega por parte del trabajador social. Con la falacia ideológica de la “distancia” el trabajador social deja de luchar a favor del cliente y lo abandona a su suerte. Por ello ese tipo de trabajador social es rechazado, con toda razón, por los necesitados, y rechazado no solo como profesional, sino también como ser humano. Insisto en que ello resulta cierto. La vida de Jesús, como se aludió, es completamente opuesta a este trabajador social que guarda la “distancia profesional”. Él se interesa por los demás, tanto que les dedica sus fuerzas, tiempo, recursos… y su vida.
9. El complemento perverso a la falacia de la “distancia profesional” se encuentra en concebir el trabajo social como la labor mecánica de aplicar protocolos, normas y procedimientos. Los protocolos, normas y procedimientos son buenos. Pero, utilizados por personas que ejercen “distancia profesional”, se convierten en fines en sí mismos, de modo que ya no se ayuda a los clientes; simplemente se les “aplican” protocolos, procedimientos y normas. De este modo, en realidad, ya no se les ayuda, por cuanto la vida y las personas son tan complejas, que una labor mecánica de “aplicar” lo anterior (casi) nunca va a servirle a un ser real, de carne y hueso. De este modo el trabajador social se convierte en un agente de cinismo de la sociedad, en un sacerdote de la religión de la cultura de la muerte, al dejar de luchar, interesarse y amar a las personas, sustituyendo el amor por papeles.
10. Lo anterior muestra la importancia de que los trabajadores sociales honrados, y quienes estudian la profesión, ejerzan siguiendo el protocolo de Jesús, el amor incondicional, la sinceridad, la inclusión y la verdad. No hemos de desanimarnos por las ovejas descarriadas, pues a cada cerdo le llega su San Martín; la superficialidad es el mismo infierno y castigo para quienes rechazan el amor al prójimo.
11. Hemos de estar preparados para no aceptar la mentira social de que nosotros somos los “buenos” y otros, por ejemplo, quienes roban, son los “malos”. La sociedad actual deja sin ayuda a miles de personas, de modo que, más frecuentemente de lo que creemos, se roba para sobrevivir. Otras formas de delito son generadas por falta de educación, apoyo y, precisamente, trabajo social, para personas y grupos en pobreza o en riesgo social. De modo que ellos no son “malos”. Son personas como los demás. Más bien somos nosotros quienes tenemos podemos ser moralmente delincuentes, por no compartir con los necesitados. Es importante enseñar a todos a sanarse por dentro, recuperarse, y ganarse la vida sin robar. Pero el punto de partida debe ser el respeto por el cliente, rechazando el prejuicio de considerarle culpable de algo.
12. Otro error que no podemos cometer es pensar que el trabajador social “ayuda” mientras el cliente “es ayudado” o que nosotros somos los que “sabemos” y los clientes tienen que “aprender”. Cada persona, sea quien sea, enseña y aprende. Cada cual debe concentrarse en aprender de todos, sean quienes sean, y en enseñar, viviendo sin prejuicios. Veamos:
a. No puede pensarse que el cliente es culpable de su situación. Este prejuicio impide de raíz a una persona ejercer como trabajador social, pues, de entrada, se está cerrando a los demás. Cada persona es un mundo, y vivimos en la cultura de la muerte, en una sociedad que, de múltiples formas, oprime y agrede a otros, hundiendo y quitando la capacidad de reponerse y seguir adelante.
b. Por otra parte, todas las personas vivimos en un solo barco. De la unidad de D-os (Deuteroniomio 6:4) se deduce la unidad de la humanidad, compartiendo la dignidad humana, la imagen de D-os que radica en cada ser humano (Génesis 1). Cuando lucho junto a otra persona por salir adelante, estoy luchando por mi propia salvación, pues todos somos uno. O todos salimos adelante abriéndonos al Reino de D-os, o todos nos hundimos en la miseria moral y en el holocausto de esta cultura de la indiferencia y la muerte, en la que impera la blasfemia de Caín. Todos vamos juntos, luchando por salir juntos adelante; o vencemos todos, o todos nos hundimos, pues vamos unidos.
c. Tampoco puedo suponer que mis propuestas de gestión son las correctas y que el cliente debe imitarlas. El cliente bien puede haber generado mejores propuestas para salir adelante. Debemos analizar.
d. Se ha de rechazar la tentación de tantos psicológicos (famosos por ello son los cognitivistas) que tienen un modelo de lo que debe pensar y hacer una persona, rechazando todo lo que se salga de sus prejuicios (“creencias irracionales”). Recordemos la psicología diferencial. Cada persona es diferente. Las ideas o formas de esa persona de interpretar la realidad pueden ser más coherentes que las nuestras. Sus propios recursos internos pueden ser mejores. Debemos estar abiertos, no generalizar.
13. Lo que marca la diferencia en el mundo no es la aplicación de procedimientos, sino el amor incondicional, el cariño sincero y desinteresado, el apreciar a los demás. Eso es lo que puede evitar que un cliente se suicide, ya sea un suicidio físico, o ya sea un suicidio psicológico (ilegalidad, abuso de drogas, dejar de luchar, etc.) Esa es la vocación de cada trabajador social, aquello en lo que debe concentrarse, en lo que crecer cada día y en lo que profundizar, desarrollándose en el conocimiento, y en la vivencia, de cómo se pone ello en práctica.
14. Hemos de persistir. Todos nos equivocamos. La lección es no rendirnos. Siempre encontraremos personas con las que cooperar.
La vocación de trabajador social es la vocación de Cristo. Seamos coherentes siguiendo los pasos de Jesús.
En honor a estas damas tan distinguidas quisiera compartir unas reflexiones sobre la importancia del trabajo social y su estudio:
1. Como se indicó, cada persona que se toma el amor al prójimo en serio, es un trabajador social. Debemos servir a los demás; esa es nuestra identidad. Quien no se ama a sí mismo y a los demás abandona la dignidad humana, se pierde en la superficialidad y se condena. Trabajo social es amor al prójimo en acción. Se ejerce el trabajo social como función pública cuando la acción de cooperar con otras personas emplea potestades y/o recursos públicos. Sin embargo, el trabajo social como tal se practica, en un sentido amplio, por toda persona que se abre a dar y recibir de otros, incluyendo aquellos que, de un modo u otro, se encuentran en situación de sufrimiento, exclusión o riesgo social.
2. La Iglesia como Cuerpo de Cristo es una trabajadora social. La Iglesia verdadera se distingue de las “iglesias” falsas en su capacidad de ayudar de forma práctica (efectiva), y de conmover el corazón, de las personas sufrientes, siendo para ellas las manos y los pies de Jesús en la actualidad.
3. La mejor indicación que se puede dar a quien estudie servicio social es que, en cada materia que curse, investigue, antes que nada, con carácter prioritario, cuál es el punto de partida de la materia. El punto de partida son las ideas básicas (las que se toman por sentado y no se cuestionan), a partir de las cuales arrancan las reflexiones complejas que integran esa asignatura o materia que se estudia.
4. El punto de partida de cada materia (asignatura) que se estudia debe ser analizado con cuidado, para ver si resulta o no compatible con el amor al prójimo o si, por el contrario, oculta ideas que, directa o indirectamente, legitiman o avalan la cultura de muerte y opresión que caracteriza a las sociedades actuales. Ideas paganas son: a. Aquellas que aceptan que en una sociedad exista un porcentaje de personas sin trabajo y que no reciban ayuda para vivir (paro estructural, exclusión social), pues son formas modernas de opresión, maltrato. b. Las que marginan de apoyo a colectivos de discapacitados o personas con necesidades especiales. c. Permiten mecanismos colectivos de manipulación: consumismo como conjunto de ideas y sentimientos inculcados intencionalmente por Gobiernos, multinacionales y otros medios de “comunicación”. d. Otros.
5. Resulta más difícil analizar (pero importantísimo), el punto de partida de la profesión de trabajador social. Es decir, se trata del punto de partida, no de una asignatura o materia concreta, sino del ejercicio de la función de trabajador social en el país. La experiencia en España durante unos meses como monitor de un taller de filosofía básica para personas sin hogar, sembró inquietudes, pues mis amigos se mostraban tristes por los trabajadores sociales que conocían; los decepcionaron no solo como profesionales, sino también como personas. Por lo que conocí de gente de trabajo social, mi impresión va en el mismo camino. Ello no ha de entenderse como una crítica a quienes honradamente estudian o ejercen la profesión, sino como un recordatorio de la importancia de la profesión, y de la necesidad de analizar el punto de partida del ejercicio de la profesión como tal.
6. Mi impresión personal, subjetiva, pero que comparto con el propósito de someterla a un proceso de falsación para determinar si resulta objetiva, es la siguiente: Se enseña a los futuros trabajadores sociales a ejercer su profesión bajo una doble premisa: a. El trabajo social se ejerce con distancia profesional respecto a las personas que reciben el apoyo (usuarios, clientes). b. El trabajo social que se ejerce con esta distancia profesional consiste en ejecutar los protocolos, normas y procedimientos establecidos para el apoyo a las personas.
7. Mi tesis consiste en sostener que este punto de partida impide, incluso a las honradas y buenas personas, ejercer bien el trabajo social. El punto de partida incapacita a los trabajadores sociales a ayudar a los demás. El punto de partida, voluntaria o involuntariamente, contribuye al egoísmo de la sociedad que, como tal, excluye y oprime a las personas que necesitan apoyo. Si Jesús hubiese seguido este punto de partida, habría pecado y renegado de su carácter de D-os Encarnado. Si se hubiese aplicado este punto de partida, nunca habría nacido la Iglesia, Cuerpo de Cristo.
8. Es cierto que, por salud mental, el trabajador social necesita dedicar no solo el tiempo necesario para el descanso, sino que también, no cabe “llevarse el trabajo a la casa”, a saber, estar constantemente pensando en su tiempo libre en las situaciones que se le presentan. Debe vivir su propia vida, sin estar constantemente pensando, en su tiempo libre, en las necesidades de los demás. Somos humanos, por lo que requerimos ese espacio de descanso para reponernos. De lo contrario se quema y muere el trabajador social. También resulta verídico que cada persona debe tomar las decisiones de su propia vida, sin que el trabajador social pueda elegir por los demás. Por ello resulta imprescindible este aspecto de respeto y de dejar a cada persona escoger su camino. Estas dos necesidades conllevan que el trabajador social guarde una cierta “distancia”, pero el término no es adecuado. Resulta mejor expresar que el trabajador social debe respetarse a sí mismo y a los demás, sin decidir por otros, ni obsesionándose pensando en las necesidades de otros constantemente en su tiempo libre. El problema es que se interpreta mal el concepto de “distancia”, de modo que en la actualidad tiende a equivaler a falta de interés, de involucramiento, de empatía y de entrega por parte del trabajador social. Con la falacia ideológica de la “distancia” el trabajador social deja de luchar a favor del cliente y lo abandona a su suerte. Por ello ese tipo de trabajador social es rechazado, con toda razón, por los necesitados, y rechazado no solo como profesional, sino también como ser humano. Insisto en que ello resulta cierto. La vida de Jesús, como se aludió, es completamente opuesta a este trabajador social que guarda la “distancia profesional”. Él se interesa por los demás, tanto que les dedica sus fuerzas, tiempo, recursos… y su vida.
9. El complemento perverso a la falacia de la “distancia profesional” se encuentra en concebir el trabajo social como la labor mecánica de aplicar protocolos, normas y procedimientos. Los protocolos, normas y procedimientos son buenos. Pero, utilizados por personas que ejercen “distancia profesional”, se convierten en fines en sí mismos, de modo que ya no se ayuda a los clientes; simplemente se les “aplican” protocolos, procedimientos y normas. De este modo, en realidad, ya no se les ayuda, por cuanto la vida y las personas son tan complejas, que una labor mecánica de “aplicar” lo anterior (casi) nunca va a servirle a un ser real, de carne y hueso. De este modo el trabajador social se convierte en un agente de cinismo de la sociedad, en un sacerdote de la religión de la cultura de la muerte, al dejar de luchar, interesarse y amar a las personas, sustituyendo el amor por papeles.
10. Lo anterior muestra la importancia de que los trabajadores sociales honrados, y quienes estudian la profesión, ejerzan siguiendo el protocolo de Jesús, el amor incondicional, la sinceridad, la inclusión y la verdad. No hemos de desanimarnos por las ovejas descarriadas, pues a cada cerdo le llega su San Martín; la superficialidad es el mismo infierno y castigo para quienes rechazan el amor al prójimo.
11. Hemos de estar preparados para no aceptar la mentira social de que nosotros somos los “buenos” y otros, por ejemplo, quienes roban, son los “malos”. La sociedad actual deja sin ayuda a miles de personas, de modo que, más frecuentemente de lo que creemos, se roba para sobrevivir. Otras formas de delito son generadas por falta de educación, apoyo y, precisamente, trabajo social, para personas y grupos en pobreza o en riesgo social. De modo que ellos no son “malos”. Son personas como los demás. Más bien somos nosotros quienes tenemos podemos ser moralmente delincuentes, por no compartir con los necesitados. Es importante enseñar a todos a sanarse por dentro, recuperarse, y ganarse la vida sin robar. Pero el punto de partida debe ser el respeto por el cliente, rechazando el prejuicio de considerarle culpable de algo.
12. Otro error que no podemos cometer es pensar que el trabajador social “ayuda” mientras el cliente “es ayudado” o que nosotros somos los que “sabemos” y los clientes tienen que “aprender”. Cada persona, sea quien sea, enseña y aprende. Cada cual debe concentrarse en aprender de todos, sean quienes sean, y en enseñar, viviendo sin prejuicios. Veamos:
a. No puede pensarse que el cliente es culpable de su situación. Este prejuicio impide de raíz a una persona ejercer como trabajador social, pues, de entrada, se está cerrando a los demás. Cada persona es un mundo, y vivimos en la cultura de la muerte, en una sociedad que, de múltiples formas, oprime y agrede a otros, hundiendo y quitando la capacidad de reponerse y seguir adelante.
b. Por otra parte, todas las personas vivimos en un solo barco. De la unidad de D-os (Deuteroniomio 6:4) se deduce la unidad de la humanidad, compartiendo la dignidad humana, la imagen de D-os que radica en cada ser humano (Génesis 1). Cuando lucho junto a otra persona por salir adelante, estoy luchando por mi propia salvación, pues todos somos uno. O todos salimos adelante abriéndonos al Reino de D-os, o todos nos hundimos en la miseria moral y en el holocausto de esta cultura de la indiferencia y la muerte, en la que impera la blasfemia de Caín. Todos vamos juntos, luchando por salir juntos adelante; o vencemos todos, o todos nos hundimos, pues vamos unidos.
c. Tampoco puedo suponer que mis propuestas de gestión son las correctas y que el cliente debe imitarlas. El cliente bien puede haber generado mejores propuestas para salir adelante. Debemos analizar.
d. Se ha de rechazar la tentación de tantos psicológicos (famosos por ello son los cognitivistas) que tienen un modelo de lo que debe pensar y hacer una persona, rechazando todo lo que se salga de sus prejuicios (“creencias irracionales”). Recordemos la psicología diferencial. Cada persona es diferente. Las ideas o formas de esa persona de interpretar la realidad pueden ser más coherentes que las nuestras. Sus propios recursos internos pueden ser mejores. Debemos estar abiertos, no generalizar.
13. Lo que marca la diferencia en el mundo no es la aplicación de procedimientos, sino el amor incondicional, el cariño sincero y desinteresado, el apreciar a los demás. Eso es lo que puede evitar que un cliente se suicide, ya sea un suicidio físico, o ya sea un suicidio psicológico (ilegalidad, abuso de drogas, dejar de luchar, etc.) Esa es la vocación de cada trabajador social, aquello en lo que debe concentrarse, en lo que crecer cada día y en lo que profundizar, desarrollándose en el conocimiento, y en la vivencia, de cómo se pone ello en práctica.
14. Hemos de persistir. Todos nos equivocamos. La lección es no rendirnos. Siempre encontraremos personas con las que cooperar.
La vocación de trabajador social es la vocación de Cristo. Seamos coherentes siguiendo los pasos de Jesús.
Amor a la Vida, Pesaj y Shavuot.
El amor a la vida es el espíritu (ruaj hakodesh) o inspiración por la cual seguimos adelante con nuestras vidas en el compromiso con la justicia, a pesar de las dificultades que nos plantea la existencia y la crueldad del dolor. Se insiste en que el amor a la vida no es la causa de que sigamos adelante, sino la consecuencia. Lo primero es el compromiso pleno con la dignidad humana, que es el compromiso por D-os (Fromm). Este compromiso se manifiesta o externa a través de la convicción de que debemos seguir adelante a pesar del sufrimiento. Al poner en práctica esta convicción se sigue viviendo por el amor a D-os y al prójimo y, con el tiempo, en medio de esta existencia que sigue adelante, surge el amor a la vida. De este modo lo primero en la existencia es la Cruz, a saber, el aceptar seguir viviendo y continuar adelante a pesar de tener que soportar aquello que nos duele, y hacerlo por compromiso con la dignidad humana, es decir, por amor a D-os y al prójimo. Fruto de hacer nuestra la Cruz del mashiaj (“El que quiera seguirme, tome su Cruz y sígame”, dijo Jesús), llega el momento en el cual recibimos la inspiración que es el amor a la vida, el espíritu de vida renovada (ruaj hakodesh, Romanos 12, primeros capítulos de Hechos). Por ello primero celebramos Semana Santa, con el significativo énfasis en el trasfondo de la Cruz y, posteriormente, avanzamos hacia Pentecostés, la fiesta de la Ley, la fiesta de la “Ley del Espíritu que es en Cristo Jesús, la cual me rescató de la lex del pecado y de la muerte” (Romanos). Hagamos nuestra la persistencia y el amor, la Semana Santa rumbo a Pentecostés.
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